Arasanz Garcia

ArasanzGarcía

Nieve, lluvia, barro, arena y un esguince de cilindro.

Midelt rocoso y desolado a Boumalne cálido y azaroso.

Escrito por Javier (Navegante), fechado el 30 de octubre de 2018.

Preparadas para salir.Entrada a Midelt.Hacia el desierto.Con las luces del sol, temeroso de enfriarse por las nieves que nos rodean, empiezan a aparecer los riders, maletas, cascos, guantes y demás atavíos propios de los moteros. Frente a nosotras, montañas blancas, caprichosas formas elevadas cubiertas de fino manto de seda blanco, frio, inmaculado. Temperaturas bajas y altitud de 1426 metros, cercana, la ciudad de Midelt.

Aparece Javier y formamos un pequeño grupo con Álvaro, Rodrigo y Nicasio. Javier me mira, y después de comprobar que la mañana está fresca, decide enfundarse el traje de agua.

- Hoy no quiero pasar frio, estoy un poco acatarrado de los días pasados y no quiero repetir la experiencia, así que a enfundarse en el visible amarillo, recostado sobre ti, gracias Blanquita por sujetarme...

Empezamos a circular en dirección este, poco a poco ascendemos metro a metro hasta llegar a Midelt. Atravesamos la urbe aun desperezándose y variamos rumbo sureste, a lo lejos un macizo montañoso al que vamos a enfrentarnos. Seguimos subiendo el altitud y comienzan a aparecer las primeras curvas de un puerto de enormes laderas peladas, desnudas, solo rocas y arena, al fondo, en los lejanos profundos valles pequeños arbustos, reviven con la humedad de los arroyos de lluvia. Un desierto de piedra nos rodea y nos sobrecoge mientras seguimos serpenteando entre laderas abruptas de rojos y ocres. Curvas y "recurvas" nos llevan al desfiladero que atraviesa las enormes montañas y llegamos a una de las cimas del día, rondamos los 1900 metros y tomamos rumbo sur, para entrar en un mar de enromes montañas de piedra, cordilleras de rumbos marcados por las aguas de torrentera, marcan las subidas y bajadas de nuestro viaje.

Sin casi aviso, como esperándonos en un recodo, aparecen suaves y sinuosos valles, los arroyos alimentan esos cauces ahora fértiles y aparecen pequeñas aldeas de paredes de adobe y de embarradas callejas. Todo parece de un color chocolate, las escuelas pintadas de hermosos colores, variados, alegres. Vamos con el rio a nuestra izquierda, dirección sur. Los meandros han formado pequeños huertos, palmeras, frutales, y vestigios de hortalizas, adornan las suaves laderas de los cauces que nos acompañan en nuestro camino. Pasamos de derecha a izquierda y vamos cruzando el rio , en una garganta, de paredes de adobe, como las casas de las aldeas. Forman una vista uniforme, casas, rocas y laderas. Sus gentes, azarosas, se dispersan en los bordes de la carretera, unos con burros, otros con bicicletas, mujeres con azadas en los huertos, algún desvencijado coche y algún que otro camión de dudosa procedencia.

Cauces.Avanzamos con el frio entre las ruedas, un aliento húmedo de hielo reciente baja de las alturas de las montañas que nos rodean.

Comenzamos a ascender, pegados al rio, que vamos cruzando según avanzamos. Cada vez se dispersan más las pequeñas aldeas y el rio anuncia su agonizante nacimiento, con solo algunos palmos de agua. La carretera, con curvas interminables, nos propone un eterno baile de sinuoso trazado, un vals en Touzarh.

Seguimos por una garganta cada vez menos profunda, subimos según avanzamos. Vamos a buen ritmo y el día parece acompañar. El sol al fin se ha decidido a iluminarnos, lastimosamente, casi pidiendo permiso a las frías montañas, que permanecen orgullosas de sus nevadas cumbres.

Tomamos un cruce a nuestra derecha, siempre siguiendo el roadbook, no hace falta el navegador, Javier se siente seguro con este pliego de papel.

- Cada vez me gusta más viajar con el roadbook, parece que no tienes un rumbo fijo y eso te hace sentir el camino como una aventura. Que buen día de motos y amigos "blanquita", a veces me gustaría que el tiempo se detuviera. Que las agujas ralentizaran su inexorable camino tras las estrellas de mañana.

Gargantas en el Atlas.

Con Laura.Entramos en una carretera de enormes boquetes y las alturas nos anuncian los fríos intensos que atraviesan estas pronunciadas laderas. Sin vestigios de vida, apagadas, lúgubres, pero donde la soledad te hace acercarte mas a los tuyos, ahora perecemos una familia, nómadas en este mar de piedra y rocas, trashumantes de ilusiones y esperanzas, con lo puesto y los amigos en la mochila. Me siento agradecida... unas lagrimas, una detonación vacía, un guiño de luces y Javier acaricia suavemente el acelerador, como si sintiera mi emoción contenida tras la tiránica electrónica.

Seguimos camino.Mirardor del Atlas.Camino al Todra.Me asaltan recuerdos, hace un año pasamos por estos mismos parajes y sentí las mismas emociones contenidas, ahora el camino era inverso, ascendíamos por cuestas entre masas de rocas, empedradas laderas y cimas orgullosas.

Entre boquetes y curvas llegamos a la cima del tramo de carretera, tocamos el cielo a los 2681 metros, enormes laderas se despeñan a nuestra izquierda. Gargantas profundas, como heridas abiertas, se dejaban ver en un mar de roca. Hilos de acero brillaban en las cuencas de las enromes gargantas, lejanos, inertes corrientes de recogidas aguas. Ilusionados y sobrecogidos por las vistas, entramos en unos cortos llanos, entre laderas, rocas y gargajeras, surcan el terreno. Sin casi aviso unas plumas de anuncian uno de los CP del día. Recuerdos el pasado año me asaltan, mientras los riders desmontan y saludan a la siempre risueña Laura. Con risas y bromas desaparecen tras las puertas de madera desvencijadas del hostal. Es la hora de comer, así que no espero que sea una parada corta. Sale Javier y me confirma lo que ya tenia en mi animosa electrónica:

- Blanquita cómenos aquí, algo ligero pero caliente. Tengo el recuerdo de este lugar, de una moto desmontada, con las horquillas ladeadas y Jhonny y Tony reparándola. Hoy hay menos ambiente que la otra vez y también hace más frio.

Llegan algunos grupos de moteros, se arremolinan chiquillos a nuestro alrededor y casi sin dame cuenta vuelve Javier. Una charla con los niños, chapurreando un mal francés y entre risas, monta en mis lomos y partimos en la buena compañía de nuestros amigos, cuatro jinetes. Para mi sorpresa volvemos sobre nuestras huellas, cuando al momento Javier se me acerca y me dice con pesar:

- Tenemos que dar la vuelta, no se puede pasar por la ruta establecida, vamos directamente al hotel, ya que la nieve tiene cortada la carretera del Dades, por donde íbamos a llegar a nuestro destino. Una consecuencia más de este temporal de nieve y frio que hemos tenido estos dos días de atrás.

Enfilamos pues hacia el este otra vez y volvemos a pasar las crestas de las enormes montañas ya conocidas. Vamos bajando por camino conocido, un alto en el camino para deleitarnos con las hermosas vistas de las gargantas mientras los riders hacen fotos y bromas. Hablan de repostar y la verdad es que llevamos muchos kilómetros sin gasolineras, ahora comienzo a entender los envases de agua y bidones en los bordes de las carreteras en las aldeas que hemos atravesado, llenos de un liquido transparente y verdoso, es gasolina para el viajero despistado. Javier comenta que sabe que llegamos a la gasolinera del Todra, donde repostamos hace un año, el consumo a las velocidades de Marruecos nos hace prolongar el repostaje más allá de los 380 kilómetros.

En la garganta.Los cuatro jinetes montan sobre sus monturas y empezamos un descenso de boquetes conocidos, de piedras y de laderas. Llegamos al desvío y continuamos el curso de la carretera por la que veníamos hace un tiempo, bajamos paralelos al cauce del Todra, entre gargantas y paredes de tierras laminadas y cortadas por el agua. Nos lanzamos por una pendiente de casi 45º cerca del hotel de Yasmina y subimos otra de 42º un poco más adelante. Entramos en un estrecho desfiladero de enormes paredes verticales, tengo grandes recuerdos, imágenes de tiempos pasados recorren mi memoria. Una parada para las fotos de rigor, alguna exclamación y seguimos nuestro camino, descendemos arrullados por el murmullo constante del agua que ondula descansando sobre el cauce de esta profunda garganta, el liquido elemento esboza una eterna sonrisa contemplando la obra que lleva esculpiendo miles de años.

Vuelve a sorprenderme en un recodo, el enrome palmeral de Tinghir, mientras atravesamos aldeas en las riveras del "Oued Todgha", al otro lado del rio, separados por el enrome palmeral, casas de adobe y aldeas de techos de hojas de palmera. Un vergel de vida, verde esperanza de la continuidad del agua sobre la estéril roca, una ilusión de enromes dátiles, huertos y cosechas. Los llanos del desierto se divisan en los lejanos horizontes. Una breve parada para repostar nuestros desiertos depósitos y un té para los riders, mientras saludan los moteros que en grupos pasan delante nuestra. Encaramados en lo alto del café, parece que ven la vida pasar y la ilusión puede al cansancio de una hermosa jornada de moto.

En una caravana de cansancio vamos acercándonos al hotel en Boumalne Dades estamos unos 100 metros por encima de la salida, los 1590 metros. Hemos llegado y ahora un merecido descanso para todos. Pronto un manto de estrellas inundara el cielo y el frio de las montañas volverá a bajar, soñaremos con los arroyos y las enhiestas crestas de las montañas.

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